El Plan de Conquista de Monsanto Enfrenta la Resistencia Azteca.

Monsanto tiene un mapa para conquistar el mundo y México se encuentra en el centro de él. Durante casi dos décadas, la corporación transnacional dedicada a la fabricación de plaguicidas utilizados en todo el planeta ha estado tratando de apoderarse del mercado mundial de semillas con cultivos modificados genéticamente (MG). Si tuviera éxito, la mayoría de los alimentos producidos en el campo procederían de compras anuales de semillas transgénicas de Monsanto. Las plantas mutantes crecerían adictas a los herbicidas de la trasnacional. Las variedades locales desaparecerían, y en su lugar los alimentos MG —rociados con productos químicos— podrían llenar los estantes de supermercados y tiendas de abarrotes.

Más de sesenta mil campesinos e integrantes de organizaciones sindicales y ambientalistas marcharon por la ciudad de México el 31 de enero para evitar este destino. Fue una de las mayores movilizaciones hasta ahora para rechazar las maquinaciones de Monsanto, y no es ninguna coincidencia que tuvo lugar en el corazón del Imperio Azteca.

Olegario Carrillo, presidente de la organización de campesinos, indígenas y pequeños productores UNORCA, se dirigió a la multitud en el Zócalo: “Durante los últimos 30 años, los sucesivos gobiernos han tratado de acabar con nosotros. Han promovido medidas para arrebatarnos nuestras tierras, nuestra agua, nuestras semillas, variedades de plantas y animales, los conocimientos tradicionales, mercados. Pero nos negamos a desaparecer”.

“Para los campesinos, los transgénicos representan saqueo y control”, afirmó.

Con decenas de miles de personas gritando “¡No al maíz transgénico en México!” y “¡Fuera Monsanto!”, la manifestación mostró el músculo de un inusual movimiento de base para proteger a los pequeños y medianos agricultores y a los consumidores. También puso de manifiesto un notable éxito de la educación pública y la organización social en las últimas décadas sobre un tema que Monsanto y otras empresas importantes de biotecnología esperaban poder deslizar por debajo del radar de las personas más afectadas por el mismo.

Conquistando el centro de origen

Monsanto, junto con Pioneer, Dow y otras empresas de productos químicos y biotecnológicos, ha estado presionando fuerte para apoderarse de la producción de uno de los tres principales cultivos básicos del mundo: el maíz. Los pequeños agricultores en los Estados Unidos desde hace mucho tiempo padecieron esa presión para sacarlos del camino. Monsanto considera que su semilla de maíz se plantó en unos 40 millones de hectáreas en los EE.UU. este año. Pero la clave de sus planes de conquistar el mercado se encuentra al sur de la frontera.

La poderosa corporación, el vendedor de semillas más grande del mundo, desea desesperadamente obtener permiso sin restricciones para la siembra de su maíz transgénico en México. Si el maíz MG se siembra en México, se acelerará la transferencia de los derechos de superficie de cultivo y el agua de los pequeños agricultores al cultivo corporativo de maíz MG, por lo que el control de la oferta nacional de alimentos irá a parar también a la trasnacional. El cultivo generalizado a cielo abierto de maíz MG contaminará las variedades nativas. Este es un hecho demostrado científicamente. México ya ha detectado muchas milpas nativas contaminadas por transgenes durante el período en que la siembra abierta no ha estado autorizada, un indicio inequívoco de la imposibilidad de evitar la polinización entre las variedades nativas y las MG.

Esto tiene implicaciones enormes. México es el centro de origen del maíz, y el hogar de cientos de variedades desarrolladas por las comunidades indígenas durante siglos. Perder la preservación in situ de estas variedades es perder una gran cantidad de agro-diversidad que tiene enorme importancia para la producción sostenible de alimentos, y condena a la sociedad eventualmente a convertirse en dependiente de Monsanto y otras corporaciones para alimentarse.

En 2005, el gobierno de México legalizó por primera vez las plantaciones de transgénicos con lo que ha llegado a ser conocida como la “Ley Monsanto”, que los campesinos están exigiendo su derogación. Enseguida comenzó la expedición de permisos, en primer lugar para cultivos experimentales y piloto. Después de haber pasado esas fases, Monsanto ha solicitado permisos para comenzar la producción comercial sin cuartel. Ha presentado solicitudes para sembrar alrededor de 700 mil hectáreas de maíz transgénico en el estado de Sinaloa.

Pero México podría ser el Waterloo de Monsanto. Miles de pequeños agricultores, muchos de ellos en las comunidades indígenas —náhuatl, maya, mixteca—, se están defendiendo. Frente a un gobierno claramente aliado con las transnacionales y decidido a agotar su resistencia, los campesinos están defendiendo el derecho a sembrar el maíz tradicional que sus antepasados desarrollaron durante milenios. También están defendiendo su forma de vida y, en última instancia, el acceso mundial a alimentos sanos y asequibles.

Modificación genética y el laboratorio del despojo

Durante años, Monsanto, Pioneer-Dupont y Dow y otras compañías en el negocio de la biotecnología han insistido en que la modificación genética es lo mismo que la naturaleza, pero mejor. Ellas pregonan que las mutaciones genéticas ocurren en escenarios naturales así que hacer que sucedan en un laboratorio permite darle a la naturaleza una ayudadita en la dirección correcta.

Tratan de no decir que la modificación genética de las plantas utiliza genes de animales y otras especies extrañas que nunca formarían parte de la planta (o la comida) por su propia cuenta. También hacen hasta lo imposible por enterrar los estudios sobre los impactos negativos de los alimentos modificados genéticamente en la salud humana, incluido el cáncer.

Y lo que realmente esperaban es que nunca saliera a la luz su plan para conquistar el mundo —o al menos sus sistemas alimentarios— transportado en una pequeña semilla de Troya.

Si el maíz MG se planta en México y es promovido ampliamente, el acceso a las semillas nativas podría disminuir, ya que menos agricultores plantarán o guardarán sus semillas. Las ofensivas legales basadas en las leyes de patentes contenidas en los acuerdos de libre comercio están aún tratando de colocar las semillas nativas en la ilegalidad. Aunque algunos países han prohibido ciertos tipos de cultivos transgénicos, éstos ya cubren cerca del 10 por ciento de la superficie cultivable mundial.

Para las comunidades que se niegan a abandonar el uso de semillas nativas, el asalto final es la contaminación genética. El maíz transgénico contamina los campos cercanos. La ironía de esta invasión es que el maíz nativo, una vez demostrado que haya sido contaminado (y por tanto arruinado) por el maíz MG, Monsanto podrá enderezar demandas que reclamen que su producto está siendo utilizado sin el pago correspondiente de regalías.

El nuevo gobierno de México, encabezado por el presidente Enrique Peña Nieto, se encuentra atorado entre la ofensiva biotecnológica para liberar los permisos comerciales de siembra de maíz transgénico y la lucha de miles de pequeños agricultores y sus aliados defendiendo la producción y suministro de alimentos. Hasta el momento, el gobierno se muestra reacio a arriesgarse a la ira de los ciudadanos mediante la concesión de uso de suelo mexicano para la expansión comercial del maíz MG de Monsanto.

La campaña se ha vuelto internacional como los derechos de los grupos de productores de alimentos de todo el mundo que expresaron su apoyo a los líderes campesinos mexicanos en el ayuno de una semana que precedió la marcha.

Más que el maíz, lo que está en juego aquí es una cuestión de reconocimiento y respeto. Un “Manifiesto del maíz”, lanzado por las organizaciones campesinas establece:

“Rechazamos que el gobierno sacrifique a los consumidores y a los pequeños agricultores para apoyar a las empresas transnacionales que producen semillas transgénicas y agrotóxicos. Nosotros, los campesinos, no las transnacionales, somos quienes alimentamos a la población”.

Laura Carlsen es analista política y escritora. Dirige el Programa de las Américas del Centro de Política Internacional, www.cipamericas.org, con sede en Ciudad de México, y ha escrito extensamente sobre México, Latinoamérica y política exterior estadunidense.

Traducción y fotos: Alfredo Acedo
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